Mucho se ha hablado ya de cómo el Decreto de Unificación en abril de 1937 llevó a una fusión forzada de Falange Española de las JONS y la Comunión Tradicionalista, disolviéndose, respectivamente, las aspiraciones a la Revolución Nacionalsindicalista1 y a la restauración de la Monarquía Tradicional2. También se ha escrito de cómo est afectó a sus jefes, sus militantes, las posiciones que tomaron y como las relaciones entre ambos grupos tuvieron sus más y sus menos. No vengo a remover más este tema. Lo que pretendo explicar en este artículo es un tema que apenas se ha tratado, ya sea por falta de interés, por ignorancia o simplemente por “purismo” (cuando no hay nada menos “purista” que distorsionar la verdad): ¿En qué medida el nacionalsindicalismo y el tradicionalismo se parecen o, incluso, este primero se podría identificar en mayor o menor medida con el segundo?
Para los que no estén familiarizados con ambos términos, una breve explicación. Cuando hablamos de tradicionalismo (en el contexto nacional), se entiende por ello la defensa de los principios sobre los que se levantó el orden tradicional español (tómese como ejemplo más significativo la monarquía de los RRCC), estos principios son varios y diversos: el concepto de estado, las sociedades/cuerpos intermedios, el principio de subsidiariedad, la libertad (entendida en su acepción clásica), el catolicismo, el municipalismo, la soberanía de Dios, la monarquía, etc3.
Históricamente, ha sido el carlismo el que ha llevado la bandera de la Tradición. Esto, per se, no significa que el único tradicionalismo válido sea el carlismo ni que fuera de este no existan más expresiones del primero. El carlismo, si, sostiene en la teoría los principios de la tradición, pero surge en unas circunstancias concretas, en defensa de una dinastía concreta y con un desarrollo posterior concreto. Si miramos a los pensadores tradicionalistas más destacados, con gran respeto por personalidades como Vázquez de Mella o Víctor Pradera, estos no fueron carlistas; hablo de Donoso Cortés, Jaime Balmes y Menéndez y Pelayo, por decir los más representativos.
El nacionalsindicalismo, por otro lado, surge en los convulsos años 30, de mano, principalmente, de José Antonio Primo de Rivera, con una indudable influencia de Ramiro Ledesma. No me voy a entretener en explicar qué es el nacionalsindicalismo porque en sus 27 puntos queda muy claro. A rasgos generales, la patria, el pan y la justicia. De quienes si tengo que hablar son de sus personalidades fundadoras.
España se encontraba en incipiente necesidad de grandes reformas. Con una economía atrasada y estancada, con índices de analfabetismo muy altos, violencia en las calles, administración ineficiente, caciquismo, pobreza… Es en este contexto donde el 29 de octubre de 1933 se funda Falange Española.
José Antonio venía de los mauristas, los conservadores antiliberales, los "corporativistas" asombrados con Mussolini. Estos grupos en la práctica hacían coalición con el carlismo ya que la diferencia esencial entre ellos era la dinastía que apoyaban, pero en los principios coincidían casi en toda su amplitud (unidad católica, monarquía, municipalismo, sociedades intermedias…). Este decide crear Falange porque siente que ese sector no cumple con las demandas sociales que se necesitan, es decir, buscan ponerle "parches" y no atajar el problema de raíz. La revolución industrial no se puede deshacer. No hay carlistas que quieran expropiar a la aristocracia y burguesía liberales y volver a redistribuir la propiedad de la tierra. Cuando el jornalero y el campesino entienden que solo el movimiento obrero defenderá realmente sus intereses. Ahí se rompe todo. José Antonio es el único que se atreve a plantear estas cosas.
Primero se fija en Mussolini como gran inspiración, pero no tardaría mucho en percatarse de que el corporativismo fascista era un parche más (no visto así por la derecha iliberal y el carlismo, que vieron en el corporativismo la solución a todos sus problemas; en el carlismo habría que matizar, puesto que ellos defendían un corporativismo católico, más acorde a la tradición y menos autoritario, pero no por ello más eficiente o transformador) y necesariamente tenía que llegar a un cambio profundo.
Ahí es cuando se adhiere a las tesis económicas de Ramiro Ledesma, pero matizando una diferencia fundamental. José Antonio entiende que un estado de matriz totalitaria (entiéndase por totalitario lo que se entiende hoy, y no lo que se entendía en aquella época, ya que en los mismos 27 puntos aparece esta palabra y hasta el mismo Franco la utiliza en uno de sus primeros discursos) ni es deseable ni parte de nuestra tradición, por lo que apuesta por una economía dirigida (no controlada) por el Estado con un sindicalismo vertical de abajo hacia arriba, es decir, que parta de los cuerpos orgánicos de la sociedad (familia, municipio, gremio, universidad, asociación…). Incluso, en 1935, declaró que “hoy no hay más fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas…Sería conveniente la formación de un Frente Nacional”.
Ramiro Ledesma, al contrario, viene directamente de la mentalidad revolucionaria de la época. Detesta a los burgueses y los reaccionarios. Sus principales fuentes de inspiración son filósofos como Hegel, Sorel, Nietzsche y Ortega y Gasset. No es católico, pero le da su importancia en función de la relevancia que tiene para la nación. Sin embargo, no está contento con el corporativismo (al igual que José Antonio), y lanza el nacionalsindicalismo como superación de este. Para Ledesma, por tanto, el estado debe ser omnipotente, puesto que es la expresión de la revolución, y como decía Mussolini: “nada fuera del estado, nada sobre el estado, nada contra el estado”. Los cuerpos orgánicos de la sociedad no son más que “entidades inferiores y más simples que pueden intentar influir en la economía del estado”4, defendiendo “por tanto, un panestatismo, un Estado que consiga todas las eficiencias”5. Los municipios, si, tendrán “íntegra y plena autonomía, que podrán articularse en grandes confederaciones o comarcas”, afirmando posteriormente “la magna tradición española de las ciudades, villas y pueblos como organismos vivos y fecundos”, pero siempre “bajo la soberanía del Estado, que será siempre, indiscutible y absoluta”6.
A estas alturas, ya se habrá dado cuenta el lector de que tanto José Antonio como Ramiro coincidían en las premisas fundamentales, pero tratadas desde dos puntos de vista totalmente distintos. Esto dará lugar a la lucha interna entre ambos desde la unificación de FE y las JONS (1934) hasta la expulsión de Ledesma (1935), llevando a José Antonio a imponer su visión como la ortodoxa en el falangismo. Este además era accidentalista en cuanto a la forma de gobierno, mientras que Ledesma fue siempre un acérrimo republicano. José Antonio criticó en repetidas ocasiones a la monarquía de Alfonso XIII (por tanto, liberal) por haber traicionado a su padre, y habló de la monarquía en general como “una institución gloriosamente fenecida”, es decir, que consideraba que lo que apremiaba no era su restauración, pero tampoco se oponía a ella, llegando a afirmar incluso que él, si, era monárquico, pero de los RRCC (al contrario, nunca afirmó ser republicano). Para los más versados en el tradicionalismo, esto les sonará del ya mencionado Víctor Pradera7, cuando escribe que “en este estudio del Estado nuevo nos ha ocurrido cosa exactamente igual a la que aconteció al paradojista inglés [habla de G. K. Chesterton]: hemos descubierto que el nuevo Estado no es otro que el Estado español de los Reyes Católicos”.
Después ya sabemos lo que pasó, los fusilaron a ambos, Franco hizo el decreto de Unificación, y se hizo amo y señor de la Falange. Los falangistas que se opusieron a Franco, los llamados “hedillistas” (cuando Hedilla se opuso a Franco únicamente en calidad de este como jefe de Falange y no como jefe del Estado), se adhirieron al republicanismo, ya que, con la unificación forzosa junto al carlismo, se dio pie a enfrenamientos entre ambos, y buscando una identidad con la que identificarse, eligieron la del más revolucionario de todos, la que ya había rechazado de pleno el reaccionarismo, Ramiro. Posteriormente, con la muerte de Franco y la llegada de la pseudomonarquía de Juan Carlos, demoliendo todo el sistema levantado e instaurando el parlamentarismo liberal, los falangistas dirigidos por Raimundo Fernández Cuesta también pasarían a identificarse con la defensa de una república. Sin embargo, ha de aclararse que esta República no tendría de base el liberalismo, sino que iría unida al principio del mando de uno, es decir, al principio monárquico en términos aristotélicos.
Hoy, 50 años después, todo queda muy atrás. Las diversas ramificaciones falangistas ya han cesado, el recelo a Franco dejó hace tiempo de tener sentido, y con los nuevos métodos de comunicación cualquiera puede informarse de la realidad de las cosas. Ya ha quedado claro que esto no es una monarquía, sino más bien una República Coronada, y que la solución está en volver a nuestras raíces.
Actualmente no quedan quienes defiendan la visión estatista de la economía (ni de la sociedad, al menos en Falange) de Ramiro Ledesma, principalmente porque ha probado ser errónea e ineficiente. En el Cuaderno Azul de La Falange se menciona que “la democracia ha de ser directa y representativa, proponiendo que los diputados tienen que ser los representantes de los lugares o sectores de la vida nacional: las familias, ayuntamientos, corporaciones, diputaciones, el mundo del trabajo, la universidad, etc”, “reconocer la diversidad desde la unidad es esencial en nuestra idea de España”, “afirmamos que no somos nacionalistas porque efectivamente no lo somos”, “tan pernicioso es disolverse en comarcas nativas, en sabores y colores locales, como el desmontar esas comarcas, sabores y colores locales”, “consideramos que el Estado no puede ir en contra de la dignidad de la persona humana, que es la base de sus deberes y derechos fundamentales, puesto que los deberes y derechos de la persona, de la familia y de los cuerpos orgánicos son anteriores al Estado. Es por ello que el Estado debe estar regido por principios de Justicia Social, en orden a buscar el bien común, según el principio de subsidiariedad” y que “el Estado debe de dictar leyes justas, basadas en la ley moral”, entre otras. En el Manifiesto Sindicalista de Jorge Garrido afirma explícitamente que “la Doctrina Social de la Iglesia establece una serie de consideraciones morales y de adecuación a los principios de la Iglesia. En este sentido el Nacionalsindicalismo es perfectamente compatible con dicha doctrina”.
Por tanto, dejo al lector que ponga la conclusión: ¿Se puede o no identificar a Falange con el tradicionalismo?
¡FALANGE SÍ, FRANCO NO! - Cristina Pérez González, 2021.
Tradición o Mimetismo - Rafael Gambra, 1975.
La sociedad tradicional y sus enemigos - José Miguel Gambra, 2019.
Pag 144, La conquista del Estado - Ramiro Ledesma Ramos, escritos políticos, 1931.
Pag 46, La conquista del Estado - Ramiro Ledesma Ramos, escritos políticos, 1931.
Pag 47, La conquista del Estado - Ramiro Ledesma Ramos, escritos políticos, 1931.
El Estado Nuevo - Víctor Pradera, 1935.